|
|
|
Siempre Han
Estado |
Intervienen En El Curso De
Nuetra Historia |
Los Testimonios Más
Antiguos |
La Gloria De
Dios |
Artilugios Volantes En La
Antigua India |
América: Reestreno Del
Drama De Moisés |
Objetos Volantes
Inteligentemente ... |
Los Escudos Volantes De Los
Indios Hopi |
El Ovni De
Belén |
Ovnis Durante La Conquista
De América |
Los Hijos Del
Cielo |
¿Vienen De
Sirio? |
Tráfico Aéreo En La Cuenca
Mediterránea |
Y Muchos Más
.. | |
| |
|
Desde los albores de la
humanidad como tal, el hombre acepta como lógica la existencia
de fuerzas inteligentes, de seres supuestamente no humanos
-dioses, ángeles, demonios y un sinfín de intermediarios- que
intervienen directamente en el curso de nuestra vida sobre
este planeta.
Los textos y legados que
en el curso de los tiempos han ido reflejando el acontecer de
la historia de la humanidad están salpicados de testimonios
que ilustran la presencia permanente de objetos volantes que
evolucionan de forma inteligente a baja altura sobre la
superficie terrestre. La lista de tales avistamientos en todo
el mundo y en todas las épocas prueba que la actuación y la
intervención de una o de varias inteligencias distintas de la
nuestra forman parte integrante y continuada de la historia de
la humanidad.
Si prestamos oídos al
bioquímico inglés Francis Crick -Premio Nobel en 1962 por
haber descubierto la estructura del ADN-, habríamos sido
creados por una supercivilización del espacio que en una época
remota infectó al planeta Tierra con un microorganismo
destinado a desarrollarse en el tiempo hasta llegar a ser lo
que hoy somos los seres humanos. Otros científicos secundan
este supuesto, como por ejemplo Vsevolod Troitsky, de la
Academia de Ciencias de la URSS, para quien la Tierra es un
campo de experimentación de nuevas formas de vida, controlado
por seres superiores y desconocidos para nosotros.
Los más antiguos legados
de la humanidad parecen refrendar estos supuestos. Aportaré
solamente dos ejemplos.
En el Popol Vuh, el Libro
del Consejo de los indios quichés, de la gran familia maya, se
dice: «Y los Maestros Gigantes hablaron, así como los
Dominadores, los Poderosos del Cielo: Es tiempo de
concentrarse de nuevo sobre los signos de nuestro hombre
construido, de nuestro hombre formado, como nuestro sostén,
nuestro nutridor, nuestro invocador, nuestro conmemorador.
Haced pues que seamos invocados, que seamos adorados, que
seamos conmemorados, por el hombre construido, el hombre
formado, el hombre maniquí, el hombre moldeado.»
Algo similar recoge la
Epopeya de la Creación, cuando pone en boca del dios creador y
solar babilonio Marduk las siguientes palabras: «Produciré un
sumiso Primitivo; 'Hombre' será su nombre. Crearé un Obrero
Primitivo. En él recaerá el servicio de los dioses, para que
ellos puedan descansar tranquilos.»
Sigamos pues la pista
histórica de la presencia de estos supuestos dioses -en
realidad, nada más que seres inteligentes tecnológicamente
superiores a nosotros- en la atmósfera terrestre.
El volumen II de la
Introducción a la Ciencia Espacial, publicado por la Academia
de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, incluye un capítulo
de estudio de los OVNIs. Se afirma allí literalmente que «los
OVNIs son objetos materiales que están, o bien pilotados, o
controlados por control remoto por seres que son de fuera de
este planeta». Y también se afirma que «las visiones OVNI
parecen extenderse a lo largo ya de 47.000 años».
El testimonio acaso más
antiguo que relaciona a los supuestos dioses con los objetos
volantes no identificados, sea el que transmiten los
aborígenes de los montes Kimberley, en el noroeste de
Australia.
Cuentan que en tiempos
remotos sus dioses trazaron sobre las rocas unos dibujos
antropomorfos de notable tamaño, los Wandjinas, con rostros
carentes de boca y rodeadas sus cabezas por uno o dos
semicírculos en forma de herradura, con finas líneas que
irradia el círculo exterior. Después de ello y de instruir a
los nativos, los Wandjinas o dioses se transformaron en
serpientes míticas y se refugiaron en charcos cercanos.
Cuentan los nativos que de vez en cuando se les puede ver de
noche en forma de luces que se mueven a gran
altura.
A gran altura debió
moverse también un desconocido aparato volador,
inteligentemente guiado, hace ahora unos 11.000 años. Así se
desprende de los datos recogidos en los mapas de Piri Reis,
que se conservan en el museo Topkapi de Istanbul. Fueron
trazados en 1513 por el almirante de las flotas turcas Piri
Reis, y muestran fielmente los accidentes geográficos de las
costas americanas, incluyendo los de la Antártida. Con la
notable peculiaridad de que en ellos el extremo Sur de la
Tierra de Fuego enlaza por medio de la estrecha lengua de
tierra con la Antártida, allí en donde hoy en día las aguas
del estrecho de Drake enlazan entre sí a los océanos Atlántico
y Pacífico. Cotejados los mapas con las fotografía infrarrojas
aéreas que reflejaban el perfil submarino, se llegó a la
conclusión de que realmente había existido este puente de
tierra entre el continente sudamericano y la Antártida a
finales de la última glaciación; o sea, hace ahora unos 11.000
años. Piri Reis había reseñado en sus mapas con asombrosa
exactitud costas, islas, bahías y montañas que en parte hoy ya
no son visibles, sino que están cubiertas por una considerable
capa de hielo. El propio almirante Piri Reis indicó, en los
textos explicativos de sus mapas, que para su confección se
había servido de otros mapas anteriores, entre ellos uno
requisado a un marino que había formado parte de las
tripulaciones de Cristóbal Colón, y que fue capturado en aguas
peninsulares ibéricas. Debemos concluir que alguien trazó con
perfección la orografía terrestre de aquella zona del globo
hace 11.000 años. ¿Quién fue? El cartógrafo americano
Arlington H. Mallery afirmó en su día que no podemos
imaginarnos como se trazó un mapa tan preciso sin el concurso
de la aviación.
Vimos anteriormente como
en su libro sagrado Popol Vuh, los indios quichés de la gran
familia maya decían de nuestros creadores que éstos eran unos
constructores. Damos ahora un salto en la geografía y nos
vamos a la India, en donde podemos leer en la gran epopeya
sánscrita del Mahabharata que precisamente Maia, el
constructor, el ingeniero y arquitecto de los asuras, diseñó y
construyó un gran habitáculo de metal, que fue trasladado al
cielo. Era solamente uno de muchos habitáculos similares. Cada
una de las divinidades Indra, Yama, Varuna, Kuvera y Brahma,
disponía de uno de estos aparatos metálicos y
voladores.
El gran sabio de la
antigua tradición, Narada, explica que la ciudad volante de
Indra se hallaba ininterrumpidamente en el espacio. Estaba
rodeada de una pared blanca, que producía destellos de luz
cuando el vehículo se desplazaba por el firmamento.
Otros aparatos
automáticos se desplazaban libremente bajo agua y en las
profundidades de los océanos de una forma similar a los
modernos submarinos.
El texto sánscrito del
Mahabharata se refiere normalmente a los aparatos volantes con
el nombre de «vimanas».
Pero habla también de
grandes ciudades -colonias- espaciales, de grandes ciudades
submarinas, y de ciudades subterráneas.
Arjuna, una de la
divinidades, disponía de un indestructible vehículo volador
anfibio, pilotado por su ayudante Matali.
Todas estas
construcciones y aparatos voladores, submarinos y
subterráneos, están descritos en la epopeya del Mahabharata
con gran lujo de detalles, con detalle de sus medidas y
descripción de sus características.
También Valmiki, el autor
de la otra gran epopeya hindú, el Ramayana, nos habla con
absoluta naturalidad de los vehículos que -a voluntad de su
piloto- volaban libremente por el aire. También eran metálicos
y brillaban en el cielo.
Leemos en los textos
bíblicos cómo el profeta Ezequiel nos narra su encuentro con
un vehículo volante, que se le acercó tanto -junto al río
Quebar, en la inmediaciones de Babilonia- que incluso vio a
uno de sus tripulantes, el cual le habló a él
personalmente.
Esta visión que Ezequiel
tuvo, y que está descrita con lujo de detalles en los textos
bíblicos, fue detenidamente analizada por el ingeniero de la
agencia espacial norteamericana -la NASA- Josef Blumrich,
quién concluyó que lo que vio el profeta fue efectivamente y
sin ningún género de dudas una nave volante. Tanto es así, que
dicho ingeniero -director de la Oficina de Construcción de
Proyectos de la NASA-, rediseñó el aparato descrito por
Ezequiel y patentó algunos de sus elementos.
También en la Biblia, la
destrucción de las ciudades de Sodoma y Gomorra refleja con
precisión los efectos de una explosión atómica, anunciada a
Lot por dos emisarios que bajan de las alturas y comen
alimentos en casa de su anfitrión.
Finalmente, en muchos
pasajes de los textos bíblicos -comenzando por el libro del
Exodo- se describen con detalle nubes inteligentemente
guiadas. En el caso del libro citado, una de estas nubes
-luminosa de noche y en forma de columna de humo de día- guía
al pueblo de Israel en su huída de Egipto. Esta nube indica el
camino a seguir, proporciona alimento, e incluso desciende
hasta el suelo para que sus tripulantes (en este caso el mismo
Yahveh) pueda dar órdenes verbales al caudillo de los hijos de
Israel, Moisés.
La estrella de Belén,
cuya aparición está tan íntimamente ligada al fenómeno Jesús,
es -como se puede repasar en los Evangelios- una «estrella»
que se mueve y que, además, tiene la facultad de detenerse. No
es extraño que una estrella esté aparentemente «parada» en el
firmamento, como parece que lo están todas las que vemos
normalmente, ni tampoco que una estrella se mueva, como es el
caso de las estrellas fugaces o de los cometas. Lo que sí se
sale realmente de lo usual es que haga ambas cosas: moverse y
pararse. Y que, además, demuestre ser inteligente: «Salieron,
y la estrella que habían visto en Oriente» -podemos leer en
los Evangelios- «iba delante de ellos hasta que se detuvo
encima de donde se hallaba el niño.»
Se le ha querido dar
una explicación astronómica a este fenómeno de la llamada
estrella de Belén, aduciendo que se habría tratado de la
conjunción -tercera conjunción por aquellas fechas- de los
planetas Júpiter y Saturno. En dicha conjunción los citados
planetas se juntaron ópticamente en dirección Sur de tal
manera que los magos de Oriente, en la ruta que seguían de
Jerusalén a Belén, siempre tenían a estos dos planetas que
formaban una sola estrella, delante de ellos. La estrella iba
efectivamente, como dicen los Evangelios,
precediéndoles.
Hasta aquí, todo
correcto. Pero si hubieran caminado siempre en la dirección
que les indicaba esta conjunción de Júpiter y Saturno -y dado
que se trataba de un fenómeno extraatmosférico que por lo
tanto, por mucho que avanzasen los magos, siempre habría
estado situado por delante de ellos- a donde habrían llegado
es a las aguas litorales del mar Rojo.
Pero no: se detienen a 7
km escasos de Jerusalén. ¿Por qué? Porque no iban en pos de la
conjunción Júpiter-Saturno, sino de un objeto brillante que
finalmente se detuvo a baja altura encima del lugar encima del
lugar en el que se hallaba el niño: Jesús. Un objeto volador
que se movía inteligentemente dentro de nuestra
atmósfera.
Los antiguos habitantes
de China se autodenominaban «hijos del cielo». Y su literatura
clásica proporciona una abundante selección de observaciones
de objetos volantes desconocidos, con especificación muy
concreta del momento histórico en que apareció cada uno de
ellos.
Una de las referencias
más antiguas que podemos hallar figura en la obra Ciencia
Natural, que en el capítulo X reza: «Bajo el reinado de Xi Ji»
-hace aproximadamente 4.000 años- «fueron vistos dos soles en
la ribera del río Feichang, uno de los cuales subía por el
este, mientras que el otro bajaba por el Oeste. Ambos
producían un ruido como el trueno.»
En época mucho más
reciente, el escritor Wang Jia, que vivió bajo la dinastía de
los Tshin, relata en su libro Reencuentro una historia
acaecida en el siglo IV antes de JC: «Durante los 30 años del
reinado del emperador Yao, una inmensa nave flotaba por encima
de las olas del mar del Oeste. Sobre esta nave, una potente
luz se encendía de noche y se apagaba de día. Una vez cada 12
años, la nave daba una vuelta por el espacio. Por esto se la
denominaba Nave de Luna o Nave de las Estrellas». En su obra
Observaciones del Cielo, otro historiador, que vivió entre los
años 960 y 1279 nos da una imagen todavía más clara de esta
nave del cielo, afirmando de ella: «Había una gran nave
voladora expuesta en el palacio de la Virtud bajo la dinastía
de los Tang. Medía más de 50 pies de largo, y resonaba como el
hierro y el cobre, resistiendo perfectamente a la corrosión;
se elevaba en el cielo para retronar después, y así
continuamente.»
Por su parte, el
historiador Zhang Zuo, autor de la Historia del Poder y de la
Oposición, escribe también que «el 29 de mayo del año 2 bajo
el reinado del emperador Kai Yuan, durante la noche, apareció
una gran estrella móvil, del tamaño de una cuba, que volaba en
el cielo del Norte, acompañada de otras estrellas más
pequeñas; esto duró hasta el amanecer».
Otro texto, el Nuevo
Libro de los Tang, reza en su capítulo XXII, dedicado a la
Astronomía: «El año 2 bajo el reinado del emperador Quian-fu,
dos estrellas, una roja y la otra blanca, que medían como os
veces la cabeza de un hombre, se dirigieron una junto a la
otra al Sudeste. Una vez paradas en el suelo, aumentaron
lentamente de tamaño y lanzaron luces violentas. Al año
siguiente, una estrella móvil brilló de día como una gran
antorcha. tenía el tamaño de una cabeza. Habiendo llegado del
Nordeste, sobrevoló dulcemente la región, para desaparecer
finalmente en dirección Noroeste.»
En otro pasaje de este
mismo libro podemos leer: «En marzo del año 2, bajo el reinado
del emperador Tian Yu, cierta noche una gran estrella surgió
de la bóveda del cielo. Era cinco veces más grande que un
celemí y volaba en dirección del Noroeste. Descendió hasta
treinta metros del suelo. Su parte superior lanzó luces de
fuego de color rojo anaranjado. Sus luces llegaban a más de
cinco metros. Se desplazaba como una serpiente, rodeada de
numerosas estrellas pequeñas que desaparecieron en un abrir y
cerrar de ojos. Se vió una especie de vapor que subía muy alto
hacia el cielo.»
Esta es solamente una brevísima selección
de cuanto puede leerse en los textos clásicos chinos acerca de
los OVNIs.
Autores como Plinio el
Viejo, Plutarco, Dio Cassio, Séneca, Cicerón o Julio Obsequens
fueron en mayor o menor grado conscientes de que los dioses
estaban guiando a los hombres sobre la Tierra. Sin ir más
lejos, en el libro octavo de la Eneida, Virgilio habla de
«ruedas que transportaban rápidamente a los dioses».
En el
Prodigiorum Liber (el Libro de los Prodigios), el historiador
Julio Obsequens recoge textos originales de Cicerón, Tito
Livio, Séneca y otros. Podemos leer allí:
«Siendo cónsules
Cayo Mario y Lucio Valerio, se pudieron ver en diversos
lugares de Tarquinia un objeto que semejaba una antorcha
encendida que súbitamente cayó del cielo. Hacia el anochecer
se vio un objeto volador circular, parecido en su forma a un
"clypeus" (el escudo redondo empleado por los legionarios
romanos) llameante, que cruzaba el cielo del Oeste hacia el
Este.»
También podemos leer allí
que «en el territorio de Spoleto, en la Umbría, una esfera de
fuego, de color dorado, cayó a tierra dando vueltas. después
parecía que aumentase de tamaño, se elevó del suelo, y
ascendió hacia el cielo, en donde oscureció al disco del Sol
con su claridad cegadora. Después desapareció en dirección al
cuadrante Este del cielo.»
Tito Livio también
informa por su parte: «Naves fantasma han sido vistas
brillando en el cielo...Mientras que en el distrito de
Amiterno aparecieron en muchos lugares hombres con vestidos
destellantes, de lejos y sin acercarse a nadie.»
Son
solamente unos botones de muestra de la abundante literatura
clásica que refiere este tipo de avistamientos.
Hay momentos concretos a
lo largo de la historia de la Humanidad, en que figuras u
objetos que descienden del cielo, intervienen en los asuntos
de los hombres, e incluso llegan a decidir nuestras disputas
en uno u otro sentido. En algunas ocasiones, la ayuda ha sido
favorable al signo de la Cruz, si bien el motivo de este
favoritismo se nos escapa. Así aconteció en las luchas de los
cristianos contra los moros, y también -durante la conquista
de América- en las luchas contra los indios.
Una ocasión importante en
que manifestaciones concretas del cielo ayudaron a los
cristianos, se dio en plena campaña exterminadora de
Carlomagno contra los paganos sajones. Así lo explica
claramente el monje Lorenzo, en sus Annales Laurissenses.
Explica en esta obra histórica cómo los sajones se habían
rebelado contra las tropas de los francos, y avanzaban hacia
el castillo de Sigisburg para conquistarlo. La oposición de
los francos fue dura, motivo por el cual los sajones no
pudieron culminar su gesta. Y leemos literalmente en la obra
citada: «Entonces, cuando los sajones advirtieron que las
cosas no iban a su favor, comenzaron a construir andamios
desde los cuales pudiesen saltar valientemente al castillo
mismo. Pero Dios es tan bueno como justo. Superó su valor, y
el mismo día en que prepararon el asalto contra los cristianos
que vivían dentro del castillo, la gloria de Dios apareció en
manifestación encima de la iglesia en el interior del
castillo. Los que lo observaron, muchos de los cuales aún
viven hoy en día, dijeron que tenían el aspecto de dos grandes
escudos de color rojo llameante, y que se movían por encima de
la iglesia. Y cuando los paganos que estaban afuera vieron
este signo, cayeron seguidamente en la confusión y quedaron
aterrorizados por el pánico, huyendo
precipitadamente.»
Como consecuencia de la intervención de
este poder aéreo, los sajones se rindieron y decidieron en
juramento solemne su conversión al cristianismo. Por lo tanto,
acatar las leyes de Carlomagno.
De Europa nos vamos a
tierras norteamericanas. Porque si Yahveh hizo caminar a
Moisés con sus seguidores por el desierto durante cuarenta
años, el dios de los aztecas obligó a éstos a una caminata de
casi 3.000 km, antes de que hallasen en una pequeña isla en
medio del lago Texcoco, al águila de su profecía devorando a
una serpiente. Era el símbolo que les indicaba que aquella era
su tierra de promisión.
Los paralelismos entre el éxodo del
pueblo de Israel y el éxodo del pueblo azteca comienzan con la
personalidad misma de los dos protagonistas, Yahveh y
Huitzilopochtli. Ambos querían ser considerados como
protectores e incluso como padres, pero eran tremendamente
exigentes, implacables en sus frecuentes castigos, y muy
irritables. Ambos les indicaron a sus pueblos elegidos que
abandonasen la tierra que habitaban. Ambos acompañaron
personalmente a sus protegidos a lo largo de todo el
peregrinaje. Yahveh lo hizo como ya vimos en forma de una
curiosa nube o columna de fuego y de humo que les procuraba
luz de noche y sombra de día, o les señalaba el camino que
debían tomar. Huitzilopochtli, a su vez, acompañaba a los
aztecas en forma de un gran pájaro. La tradición afirma que
fue un águila o una grulla blanca, que les iba indicando la
dirección en la cual debían caminar desde las tierras de
Arizona y de Utah hasta el emplazamiento de la actual capital
de México.
Pero lo más curioso es
que los dos pueblos -israelitas y aztecas- transportaban una
especie de caja sagrada que para ellos tenía una gran
importancia y que servía para comunicarse directamente con la
divinidad. Los israelitas llevaban la famosa Arca de la
Alianza, y los aztecas llevaban un cofre, tal y como nos lo
cuenta fray Diego Durán, historiador contemporáneo de la
conquista: «Cuando llegaban a un lugar para quedarse en él
durante algún tiempo, lo primero que hacían era construir un
templo que servía para alojar el cofre en que llevaban a su
dios.»
Si Carlomagno fue ayudado
por unos escudos volantes y los aztecas -procedentes de
Arizona-contaron con el apoyo de una inteligencia que dominaba
el vuelo, ambas circunstancias se repiten en la historia de
los indios hopi -establecidos en la actual Arizona-. Según
explica su jefe White Bear, contaban sus antepasados que sus
abuelos habitaban unas tierras situadas al Oeste, o sea en
algún punto del océano Pacífico. Al hundirse estas tierras,
unos seres descendidos de las alturas -los katchinas- les
ayudaron a trasladarse al continente americano, en parte
sirviéndose de escudos volantes. Estos seres sabían además
tallar grandes bloques de piedra, dominaban el transporte
aéreo de estos bloques, y eran diestros en la construcción de
instalaciones subterráneas. Algo muy parecido a lo que nos
narran según vimos los antiguos textos sánscritos.
Alguna inteligencia
seguía sobrevolando a los humanos en tierras americanas siglos
más tarde. Así, Bernal Díaz del Castillo, cronista de Hernán
Cortés, escribe en su Historia verdadera de la conquista de la
Nueva España: «Dijeron los indios mexicanos que vieron una
señal en el cielo que era como verde y colorada y redonda como
rueda de carreta y que junto a la señal venía otra raya y
camino de hacia donde sale el Sol y se venía a jnutar con la
raya colorada». Y, un poco más adelante: «Lo que yo vi y todos
cuantos quisieron ver, en el año 27» -1527- «estaba una señal
del cielo de noche a manera de espada larga, como entre la
provincia de Pánuco y la ciudad de Tezcuco, y no se mudaba del
cielo, a una parte ni a otra, en más de veinte días.»
Son,
una vez más, solamente dos pinceladas de los mucho objetos
volantes no identificados que -en este caso- refieren las
crónicas de la conquista de América.
Cuentan los dogones, que
habitan en las tierras de la actual república africana de
Mali, que desde siempre, el elemento para ellos más importante
del firmamento es una estrella pequeña que gira alrededor de
la gran estrella Sirio, el brillante astro que luce en la
constelación del Can Mayor. Por los estudios realizados de sus
tradiciones, podemos afirmar que poseen este conocimiento por
lo menos desde el siglo XII. Cuando en cambio la moderna
astronomía no descubrió Sirio B -que orbita alrededor de Sirio
A y es invisible al simple ojo humano- hasta mediados de siglo
pasado.
Los dogones conocían por
lo menos siete siglos antes la existencia de Sirio B, siendo
conscientes además de que es invisible. Pero además, el dibujo
ritual que ellos trazan para mostrar la órbita en que Sirio B
gira alrededor de Sirio A, es absolutamente idéntico al dibujo
que ofrece el moderno diagrama astronómico de la órbita de
Sirio B alrededor de Sirio A. Los dogones saben además que
Sirio B es un cuerpo extraordinariamente pequeño. Y también
aquí la astronomía oficial confirma que Sirio B es una «enana
blanca», una estrella pequeña. También dicen los dogones que
Sirio B es la estrella más pesada que existe. Y una vez más la
ciencia confirma: Sirio B -a la que ellos llaman Po Tolo- es,
en cuanto enana blanca, una estrella extraordinariamente
densa, o sea, extraordinariamente pesada.
Pero además, y de acuerdo
con la mitología de los dogones, Po Tolo da una vuelta
alrededor de Sirio A cada cincuenta años. Y confirma también
aquí la moderna astronomía que Sirio B da una vuelta alrededor
de Sirio A exactamente cada cincuenta años. Más asombroso aún:
durante sus festividades rituales, los dogones rinden honores
al hecho de que Po Tolo gire sobre sí mismo. ¿De donde podían
saber -no los dogones, sino nadie- desde hace ocho siglos que
las estrellas giran sobre su propio eje?
Cuando se les plantea a
ellos esta pregunta, afirman que un día llegaron unos seres
procedentes del sistema de Sirio, con la finalidad de
instaurar la sociedad en la Tierra. De ellos proceden sus
conocimientos. Estos seres desconocidos -a los que ellos
llaman «nommos»- descendieron a la Tierra en un arca que,
antes de aterrizar, giraba o volteaba en el aire. El
aterrizaje aconteció en el Nordeste del país de los dogones y
produjo un ruido importante al descender el arca. Los dogones
describen el aterrizaje de forma muy gráfica: «El arca se posó
en la tierra seca del Zorro y desplazó polvo, levantado por el
remolino que causó. La violencia del impacto dejó el suelo
rugoso. El arca era como una llama que se apagó al tocar la
tierra.» Era roja como el fuego y se volvió blanca cuando
aterrizó.
La brevedad de un
artículo no da para más. En el tintero se han quedado
centenares de casos OVNI en la Antigüedad, en la Edad Media y
en tiempos más recientes, hasta llegar a aquellos que cité al
principio, vistos por Kenneth Arnold en 1947. Para enumerar
solamente a algunos de los más importantes, falta hablar de
los Objetos Volantes No Identificados vistos por Tutmosis III
el Grande, por Alejandro Magno y por Timoleón (ambos en el s.
IV a.JC), por Cayo Julio César y por Pompeyo (s. I a.JC), y
por Constantino el Grande (s. III). También la espada volante
vista sobre Jerusalén en el s. I y citada por Flavio Josefo.
Ni hay que olvidar el cuadro La Madonna e san Jiovannino de la
escuela de Filippo Lippi (s. XV), en que junto a la Virgen
aparece en el cielo un OVNI, ni el OVNI citado en los anales
de la Inquisición, y que transportó al Dr. Torralba en viaje
de ida y vuelta de Valladolid a Roma en 1527.
Deben recordarse
igualmente los fenómenos OVNI citados por Pedro de Valdivia y
por el cronista Pedro Cieza de León (s. XVI), y por Fray
Junípero Serra (s. XVIII). No deben omitirse los cilindros
volantes vistos sobre Nuremberg en el s. XVI, la viga aérea
vista por Benvenuto Cellini, los globos ígneos que
sobrevolaron Basilea también en el s. XVI, la columna
brillante que se presentó la víspera de la batalla de Lepanto,
una vez más en el s. XVI, los OVNIs que evolucionaron sobre
Cataluña en 1604, recogidos en el Diari de Jeroni Pujades,
iguales chismes volantes vistos sobre el mediodía de Francia
en 1621, la hostia volante que sobrevoló Braga en 1640, la
bola volante que sobrevoló Robozero, en Rusia, en 1663, y
finalmente los 446 OVNIs reportados por el director del
observatorio mexicano de Zacatecas, en 1883.
En absoluto puede
afirmarse -a la vista de este repertorio- que los OVNIs son
una invención o un fenómeno característico de nuestro siglo
XX